martes, 12 de noviembre de 2013

La interpretación de la barba


La barba según... William Shakespeare.

"El arte de la interpretación requiere no sólo habilidad, sino una transfiguración completa de la persona en otro ser, a pesar de la fractura que éste puede causarle. Para alcanzar la perfección no se debe escatimar en los recursos disponibles, y todo detalle se convierte en pieza clave, pues ahí reside la personalidad del personaje. Yo, como autor, aplico esta máxima en mí mismo, y no lo hago únicamente como ejemplo hacía los demás; lo hago para sacar lo mejor de mí como dramaturgo. Por ello, si en la obra en la que trabajo, el protagonista, o el antagonista, debe llevar barba, no debo yo ser menos que lo que escribo. Para una mimetización completa, debo convertirme en lo que veo, experimentar lo que escribo y sentir lo que cuento.

No se puede dar validez a algo que se desconoce. Si uno decide contar la historia de un usurero, un ser capaz de llegar al límite por sus creencias, de apostar todo lo que tiene por alcanzar una meta y vencer a lo imposible, carece de lógica alguna que intente plasmarlo en papel cuando él jamás sería capaz de realizar una tarea semejante. La fortaleza de los personajes reside justamente en su proximidad con la realidad, y no hay mayor realidad que la sufrida en carne propia. Si quiero vislumbrar la perfección -independientemente del éxito-, volverme inmortal y ver mi nombre llegar más allá de mi persona, no hay otro medio que a través de mis obras, de mis creaciones. Yo solo, sin mi pluma, no soy nadie. Si adquiero valor como artista es gracias a mis personajes, y éstos, para no desaparecer nada más caer el telón, deben ser más reales que la propia realidad; deben llegar allá donde su reflejo se detiene, superar la imaginación de sus coetáneos y rozar lo extremo de los sentimientos. Sólo aquello capaz de conmover es digno de recordarse, y no hay hombre que haya podido preservar su nombre, sea real o ficticio, sin traspasar la barrera de lo racional.

Colectivamente, como sociedad, nos comportamos según dictan las normas impuestas de la época, pero como individuos, si despertamos nuestra parte animal, alcanzamos cotas que asustan a los más osados. Lo que quiero decir es que sólo los extremos, como la muerte, la venganza, el odio, el amor o la derrota son menester para la Historia. Escribo de lo que temo; temo lo que desconozco; desconozco lo inalcanzable; y es ahí, para desgracia del escritor, donde le aguarda a uno su destino. No he de escatimar todos los recursos de que disponga para alcanzarla, sean físicos o morales, y si mi impulso hacia el papel se convierte en mi ruina como hombre, también puede significar mi puerta hacia la salvación."

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